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Dejando de lado los recortes en otros ámbitos, con el tijeretazo en educación se está evitando el gasto de unos millones de euros al año, x millones. ¿Cuántos millones? No lo sé, pero creo que debe ser calderilla al lado de todo el dinero que solamente unos pocos privilegiados han ganado. Vale, si recortamos estamos ahorrando un capital monetario. ¿Pero qué pasa como contrapartida? Nos estamos olvidando de otro capital, el capital humano. Que este capital sepa leer y escribir, sumar y restar e incluso tenga una titulación superior puede que sea imprescindible para que el día de mañana nuestra economía, que hoy está enferma, esté sana y fuerte y sea competitiva.
No se trata de gastar por gastar. No se trata de decir que la Administración diga “Això ho pague jo”. Se trata de gastar con cabeza, de gastar en aquello necesario y de recortar en aquello superfluo. Se necesita invertir en recursos materiales y también en recursos humanos. Oh! sí, hay que invertir en capital humano. No puede ser que queramos atender a la diversidad con grupos de 25 o 30 alumnos. Curiosamente, hoy una amiga colgaba en su muro el siguiente texto, que viene al caso (más o menos): “Orgulloso de ser docente. Si un médico, un abogado o un dentista tuviera a 25 personas en su oficia a la vez, todas con diferentes necesidades y algunas que no quieren estar allí y el médico, el abogado o el dentista tuviera que tratarlos a todos con excelencia profesional todos los días durante meses, entonces podrían tener una idea de lo que es el trabajo del docente en el aula. ¡Si eres docente, pégalo en tu muro y siéntete orgulloso!”. Aunque pienso que no sólo se necesita más personal, sino que hay que formar más y mejor al ya existente.
Invertir en educación es costoso, pero no hacerlo puede serlo todavía más. Es una desinversión. Es enterrar el futuro de las personas. Es condenar el futuro del país. Porque los beneficios de la enseñanza son mayores que la inversión que realicemos. Porque los beneficios individuales reportan en el beneficio colectivo.
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